El OOXML es un formato absurdo, inútil, propuesto unilateralmente por un sólo competidor, y descrito de manera inverosímil en un documento de nada menos que ¡seis mil páginas!
La votación para la posible aprobación del formato OOXML como estándar ISO se ha convertido en una impresionante demostración de como una empresa, Microsoft, es capaz de ponerse a sí misma por encima de todas las normas escritas y no escritas por las que normalmente se rigen todo el resto de los pobres mortales que no tienen el privilegio de ser como ellos. Para todos aquellos a los que las siglas OOXML (Office Open XML) les suenen a algo muy técnico, intentemos clarificarlo un poco: se trata de un formato de ficheros propuesto por Microsoft para documentos electrónicos (textos, hojas de cálculo, presentaciones, gráficos y fórmulas), que pretende competir con el formato OpenDocument (ODF), ya aprobado y convertido en estándar ISO 26300.
La primera pregunta que surge, claro, es completamente obvia: ¿qué interés puede existir en proponer un segundo estándar para documentos electrónicos cuando ya existe amplio consenso sobre el primero? ¿Propone acaso el nuevo formato algo revolucionario, diferente o interesante que no tenga el anterior? La respuesta es clara y meridiana: no. No hay absolutamente nada en el OOXML que lo convierta en superior o más interesante que ODF. Es más, lo que sí existe, en cambio, es un sinnúmero de cuestiones que lo convierten en inferior, además de comprometer gravemente su condición de formato abierto: partes de su especificación aparecen vinculadas con formatos cerrados y patentes anteriores, posee errores relacionados con las fechas, con la escritura en caracteres arábicos, con la accesibilidad de los disminuidos y con la presencia de caracteres no latinos en direcciones web. El OOXML es un formato absurdo, inútil, propuesto unilateralmente por un sólo competidor, y descrito de manera inverosímil en un documento de nada menos que ¡seis mil páginas! Es, de hecho, el documento más largo jamás sometido al proceso de aprobación rápida de la International Standards Organization (ISO).
¿Cuál es, por tanto, el interés de Microsoft por obtener la aprobación de su formato como estándar ISO? Simplemente, poder seguir haciendo algo que le ha resultado enormemente rentable durante toda su historia: controlar los formatos en los que el mundo escribe sus documentos. Durante años, los formatos DOC, XLS o PPT se convirtieron en los llamados "estándares de facto": nadie los había regulado, pero todo el mundo los utilizaba. El problema, claro, surgió cuando, al progresar la tecnología, estos formatos, propiedad de un sólo vendedor, se convirtieron a la vez en una herramienta de marketing para éste, y en una amenaza para quien tenía documentos en este formato, cuyo soporte podía simplemente desaparecer o volverse dificilísimo merced a la simple voluntad, interés o desinterés de una sola compañía. Un número creciente de empresas y, sobre todo, de organismos públicos, se dieron cuenta de que poseer un enorme archivo de documentos en un formato propiedad de una compañía era, sencillamente, una temeridad, y empezaron a exigir a Microsoft que proporcionase soporte al formato ODF, aprobado por un amplio consenso de fabricantes. El OOXML no es ni más ni menos que la respuesta de Microsoft a esas presiones: si el formato OOXML resulta, a pesar de sus deficiencias, bendecido por la ISO, la empresa podrá seguir tranquilizando este tipo de inquietudes en sus clientes.
Obtener dicha aprobación, por tanto, resulta crucial y estratégico para Microsoft. Tan crucial y estratégico que no ha dudado en recurrir a todo tipo de técnicas con tal de asegurarse su consecución. Si en las votaciones de ISO participan habitualmente unos cuarenta países y es preciso obtener un 75% de votos positivos, la estrategia de Microsoft se desarrolla en varios niveles: por un lado, conseguir que muchos países no habituales en estas votaciones acudan a ella con un voto positivo. Y por otro, en cada país, conseguir que los votantes negativos no puedan acudir (con excusas tan baratas como "no hay sitio", como en Portugal), o pagar a socios de Microsoft que habitualmente no acuden para que lo hagan y voten positivamente, como en Suecia. Es la estrategia del "aquí vale todo", de "el fin justifica los medios", del "podemos retorcer las reglas hasta que sean como nosotros queremos".
En el fondo, hablamos de una empresa que siempre ha vivido al margen de las reglas. Acostumbrada a dedicar un ingente presupuesto a indemnizaciones, a acuerdos extrajudiciales y a solucionar las tropelías con las que los tribunales la han ido sancionando, Microsoft es una convencida de que toda ley o regla puede ser ignorada, porque, total, tiene el dinero suficiente para poder pagar por ello después. Todo vale. El imperio de la mayor compañía de software del mundo está construido con una estrategia desarrollada ignorando toda ética, todas las normas que el resto de los mortales sí necesita cumplir. Una demostración de lo que ocurre cuando el capitalismo, tristemente, se encuentra con sus propias limitaciones: cuando las empresas, a base de crecer, consiguen estar por encima de todas las reglas.