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7/15/2008

Chernóbil será una reserva natural

Fuente: Publico.es.

El periodista estadounidense Alan Weisman jugaba en su libro El mundo sin nosotros a predecir qué ocurriría si el ser humano desapareciera de la faz de la Tierra, cuánto tardarían los bosques en ingerir las principales metrópolis del planeta y los animales en ocupar los hogares de la especie extinguida. El escritor no necesitaba recurrir demasiado a la imaginación: sólo tenía que visitar Chernóbil.

El reactor número 4 de la central Memorial Vladímir Ilich Lenin de Chernóbil, situada en la frontera entre Ucrania y Bielorrusia, explotó el 26 de abril de 1986. El accidente, el peor en la historia de la energía nuclear civil, espolvoreó grandes cantidades de cesio radiactivo en una área de 150.000 kilómetros cuadrados e impuso la evacuación de unas 350.000 personas. Con ellas, emigraron las aves y los grandes mamíferos, espantados por la nube radiactiva que achicharró los pinos cercanos a la central. Pero, a la siguiente primavera, los animales habían vuelto a sus guaridas.

Hoy, la desierta ciudad de Prípiat, antaño habitada por 40.000 personas, muchas de ellas relacionadas con la central, se ha rendido al vigor de la naturaleza. Los álamos brotan en los balcones de los edificios desvencijados y el musgo se come el asfalto de las carreteras sin coches. Al atardecer, manadas de lobos, alces, osos y linces se refugian a la sombra de los oxidados símbolos comunistas.

El ministro ucraniano de Emergencias y Protección de la Población de las Consecuencias de la Catástrofe de Chernóbil, Volodymyr Shandra, anunció el pasado 20 de junio su voluntad de crear un área protegida para la fauna en la zona de exclusión de la central. El primer paso será la introducción de un grupo de 10 bisontes europeos en un recinto de 20 hectáreas, construido en los últimos meses dentro del vallado de alambre de espino que separa el entorno del reactor del resto del mundo. Tras este proyecto piloto, se estudiará la viabilidad de establecer más núcleos en este territorio, con el objetivo de ampliar la embrionaria Reserva Especial de Chernóbil, creada en el verano de 2007 por el presidente del Gobierno, Víktor Yushchenko. “En la zona de máxima exclusión hay áreas muy contaminadas, pero aptas para vivir. Queremos observar el comportamiento de los bisontes en estas condiciones”, afirmó Shandra.

A pesar de las incertidumbres dibujadas por el ministro, el éxito parece asegurado. En 1996, al otro lado de la frontera, el Gobierno bielorruso introdujo una veintena de bisontes procedentes de Bialowieza –uno de los últimos bosques vírgenes de Europa– y, más de diez años después, su número se ha triplicado.

El Gobierno ucraniano quiere aprovechar este inesperado edén radiactivo para atraer a los turistas. Pero, como advierte el biólogo Sergey Gaschak, del Laboratorio Internacional de Radioecología de Chernóbil, que ningún visitante espere jabalíes con dos cabezas o ciervos con tres ojos. En la zona de exclusión “no es posible detectar efectos visibles de la radiación, excepto algún desarrollo incorrecto de los brotes de los pinos”, según el experto. Las consecuencias invisibles de la contaminación, como las mutaciones del ADN, no constituyen una amenaza para las poblaciones, aunque sí pueden causar la muerte de algunos individuos.

Pese a este relativo bienestar de la fauna, los habitantes de Prípiat y otras localidades cercanas a la central nuclear no podrán volver a sus casas. Ni ellos ni los tataranietos de sus tataranietos. “La gente no volverá nunca a sus casas, ¿para qué? Los asentamientos, las infraestructuras y las comunicaciones están destruidos tras 22 años de abandono. Es ilógico invertir dinero allí”, opina Gaschak. “Sin embargo, en este mismo periodo, Chernóbil se ha convertido en una enorme reserva natural de gran valor en Europa; debemos crear una reserva de manera oficial, le debemos algo a la naturaleza”, argumenta. Junto a los territorios ya protegidos de la zona de exclusión bielorrusa, la reserva podría alcanzar una extensión de 4.700 kilómetros cuadrados.

El investigador Valery Kashparov, del Instituto Ucraniano de Radioecología Agrícola, tampoco cree que el ser humano pueda volver a vivir en el entorno de la central. Por lo menos, durante unos cientos de miles de años. “No obstante, no podemos prever si aparecerán nuevos métodos de descontaminación, o si se tomará la decisión de retirar la capa superficial más contaminada del suelo, como se hizo en España en la localidad de Palomares”, apunta. Si se descontaminara, podrían volver las personas, con sus pesticidas, su asfalto y sus automóviles. Posiblemente, los linces y bisontes de Chernóbil prefieren el plutonio.


Análisis: La gran paradoja de Chernóbil

Siempre había imaginado Chernóbil como un gigantesco aparcamiento, gris e inerte. Parecía el último lugar de la Tierra para estudiar historia natural. Pero lo que me encontré fue un asombroso nuevo ecosistema que desafiaba mis lúgubres pensamientos.La evacuación de más de 300.000 personas de una zona de exclusión alrededor del reactor fue una dramática interrupción de sus vidas. Pero permitió que la vida volviera a un área de 4.700 km2, casi dos veces la superficie de Luxemburgo.

Durante más de 20 visitas a la zona, he visto lobos a plena luz del día, escuchado la llamada de un lince en peligro de extinción al anochecer y pasado horas en comunión con una manada de caballos de Przewalski liberada de manera experimental en el área. Todos son radiactivos. Pero, para sorpresa de casi cualquiera, también florecientes.

La frontera entre Ucrania y Bielorrusia parte la zona de exclusión en dos regiones más o menos similares, pero esto no tiene significado para la fauna salvaje. En una ocasión, al aparecer un solitario oso pardo, los ucranianos pensaron que llegaba de Bielorrusia, y los bielorrusos pensaron que venía de Ucrania. En cuanto al oso, desapareció, sin dejar pistas ni de su origen ni de su destino.

Las aves también son indiferentes a las fronteras, pero no a la presencia de los seres humanos. Hasta 280 especies de aves han aparecido en el entorno de Chernóbil, incluyendo raros ejemplares de la cigüeña negra y el carricerín cejudo.

Mi encuentro más memorable con aves de Chernóbil fue en una ciénaga de turba muy contaminada en Bielorrusia. Docenas de cigüeñas negras agujereaban el aire sobre nuestra furgoneta con sus picos rojos. Miles de patos despegaban formando una especie de tornado. Una bandada de cisnes blancos, garzas reales y garzas blancas se adentraba en los humedales.

“Es tan bonito”, murmuré. “Y radiactivo”, dijo mi guía. “Si no hubiera radiactividad –respondí–, habría una granja, y no habría aves”.

Ésta es la gran paradoja de Chernóbil. El peor desastre nuclear de la historia causó estragos en la vida de las personas y convirtió en inhabitable un extenso territorio. Pero en ausencia de humanos, no es sólo que la vida salvaje vaya bien, es que es floreciente, bella... Y radiactiva.