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1/28/2008

Sebastian Heine, la torre de babel humana

Fuente: El Mundo.

Este alemán de 22 años puede expresarse en 35 idiomas; entre ellos el pastún, un dialecto minoritario de Afganistán.

El aprendizaje de un idioma, igual que el de un instrumento musical, es mucho más asequible para un niño que para un adulto. Por eso su gesta tiene mucho más mérito: sumar 35 lenguas en su currículo de polígrota voraz es todo un récord al alcance sólo de mentes casi extraterrestres. ¿Su objetivo? Aprender otras dos nuevas cada año.

Esas muescas en su cinturón idiomático hacen de Sebastian Heine una especie de 'monstruo'. Un auténtico prodigio. Su lengua favorita es el pastún. Un idioma hablado en el sur de Afganistán, zonas de Pakistán, Irán y la India. Pero éste es sólo uno de los 35 idiomas en los que puede expresarse. Casualmente entre ellos no están ni el italiano ni el español.

Heine, de 22 años y estudiante de Filología Indogermánica, con «una parodia de barba en su mentón», como bromea él mismo en la edición electrónica de la revista «

'Der Spiegel', ha aprendido entre una y dos lenguas al año. A los 15 años ya dominaba el griego, y siete años después la lista corta la respiración: persa antiguo, pahlevi, parachi, yaghnobi, sánscrito, osetio, urdu, hindi, farsi, panjabi, kurdo, latín, uzbeko, arameo, árabe, francés, inglés... Y así hasta casi la cuarentena. Todo comenzó como un juego, leyendo a Homero en griego -idioma que aprendió a partir de los siete años- y descubriendo que esta lengua está muy relacionada con el sánscrito.

Pero Heine aclara: «No, no soy ningún genio». En su lugar, este estudiante de la Universidad de Bonn defiende que el secreto está en no flaquear y sobre todo: «empollar». «Cada día trabajo el vocabulario y repito la gramática», explica.

Evidentemente no tiene tiempo de hacer lo que cualquier otro veinteañero de su universidad: irse de juerga. Tampoco tiene mucha relación con sus camaradas de clase. En su lugar se reúne casi a diario con un grupo de afganos que conoció este año. Con ellos charla y debate sobre muchos asuntos: cultura, religión, la guerra en su país... Por supuesto el idioma vehicular no es el alemán sino el pastún. Una lengua que para él es «algo más», casi un «sentimiento» o «una forma de vida».

Él mismo cuenta que sus amigos afganos no acabaron de creerse que un mozalbete germano les pudiera hablar en pastún, un idioma en el que se expresan 12 millones de personas en el sur del país, siendo el mayoritario el persa, del norte.

Según Sebastián, este es el gran error de la comunidad internacional, ya que todos los programas de ayuda para Afganistán son en persa, «por lo que la mayoría de los habitantes del sur, que hablan pashtún, no se benefician de ellos».

Incluso el Ejército germano se ha interesado por Sebastian Heine y ya le ha contratado para instruir a los 1.500 soldados alemanes desplazados en el norte de país.

Aunque en el futuro sabe que muchas empresas se disputarán sus conocimientos de las lenguas de aquella región del planeta, este estudiante de Frankenberg (estado de Hesse) tiene claro que su futuro está en la enseñanza y en la investigación. A finales de este año partirá a Londres con una beca de la Escuela de Estudios Orientales y Africanos. ¿Su gran sueño? «Poder viajar a Afganistán y trabajar durante una temporada en la Universidad de Kabul.»

Enmarcada en un escenario de lujo, el que proporciona Oviedo, la sexta edición del Aula Internacional de Periodismo permitió a los periodistas del futuro conocer de cerca a los galardonados. Los representantes del Museo del Holocausto en Jerusalén (Premio a la Concordia) y las víctimas del genocidio nazi fueron los encargados de abrir los ojos a los allí reunidos, siguiendo la estela de otros premiados como el fallecido Ryszard Kapuscinski.

Los participantes valoraron como muy positiva la experiencia, que debe continuar y ampliarse a otros medios de diferentes países. Pero la sensación final fue agridulce. Se echó en falta una mayor interacción entre los participantes y la posibilidad de generar un debate o intercambio de opiniones entre los propios jóvenes y sus compañ(Premio a la Concordia) y las víctimas del genocidio nazi fueron los encargados de abrir los ojos a los allí reunidos, siguiendo la estela de otros premiados como el fallecido Ryszard Kapuscinski.

Los participantes valoraron como muy positiva la experiencia, que debe continuar y ampliarse a otros medios de diferentes países. Pero la sensación final fue agridulce. Se echó en falta una mayor interacción entre los participantes y la posibilidad de generar un debate o intercambio de opiniones entre los propios jóvenes y sus compañeros de profesión. Porque, como dijo el político británico Harold, «la reflexión calmada y tranquila desenreda todos los nudos».