El depósito de Guiyu, en China está repleto de amasijos de procesadores, memorias, tarjetas y circuitos impresos que en algún momento formaron parte de un ordenador. Y por entre 2 y 4 dólares al día sus gestores contratan a empleados para que separen los componentes y los desmenucen para obtener metales preciosos, convirtiendo la chatarra en una fuente casi inagotable de materiales como el oro, el cobre y el aluminio.
De hecho, la calidad de esos metales es mayor que la que encontraríamos en las minas convencionales, lo que da aún más valor a las labores de reciclado.
La mayoría de los desperdicios electrónicos que se generan en el mundo acaban en países en desarrollo como China, India o Nigeria, y la explicación parece sencilla: reciclar esos componentes y mandarlos a esos países acaba siendo más barato que dejarlos en casa.
Fuente: the INQUIRER.